jueves, 3 de enero de 2019

Venus y Perséfone

Todo ha cambiado. Un poco.
Algo ha cambiado.
Estar bien. Bueno. Eso nunca.
Pero más fuerte; más estómago; más tinta.
Ahora caigo de pie. Ahora el vómito no me debilita.

El león es un gato y yo soy Venus
(incompatible con la vida conocida).
Pero siempre como Perséfone
(media vida entre los muertos).

El olfato nunca falla; yo sólo a veces.
Como el fénix: renacer de las cenizas,
o como las cenizas: llevada por el viento.
Pero más fuerte; más estómago; más tinta.
Y cada vez menos errores.

martes, 18 de diciembre de 2018

Batido de fresa


Ardimos rápido
¿Ardimos?
Ardí
Siempre ardo rápido
Me consumo por el estómago
y me destrozo por el corazón.

Mercado negro de humo,
de pedazos de corazones.
Destrozada por el paso de tus hunos,
dejan sólo constancia de sus horrores

Caídas en picado
músculos destrozados
huesos machacados
cenizas alborozadas
Todo en un batido de fresa
color princesa,
color hada

Lo bebo y me destroza
Y se lo paso al siguiente
-no pienso penar sola,
que a otro le choque el vaso con los dientes-

Cae conmigo
y lo entiende
y yo le entiendo
Estamos solos
Le da al botón de apagado
y todo se vuelve negro

Y luego blanco
Y luego azul
Y luego rosa
Como el batido,
ese que hemos compartido
como iguales,
como amigos.

Y poco después, ardimos.
Ardimos rápido
¿Ardimos?
Ardí
Siempre ardo rápido
Me consumo por el estómago
y me destrozo por el corazón.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Squeezy Sounds

Llevo la apatía
a flor de piel
Hago autorretratos
de todos los sonidos chirriantes que podrías escuchar dentro de mí si acercaras tu oreja a mi pecho
Escucho gritar a mis manos
Y veo cómo se estremecen mis venas
Mi garganta me observa decepcionada
Y mis ojos me gritan como hienas.

Hay un botón de encendido/apagado junto a mi cama
Pero está roto
O al menos eso me dijo el último que estuvo aquí
Los golpes inesperados contra el cristal
Hacen que se me erice la piel
Consiguen que me levante de la cama
Para arrancar las cortinas y tapar al sol con ellas

Ahora lo escucho otra vez
Sonidos fríos
Pulso color humo
Piel chirriante
Olores en dos dimensiones

Y todo procede de

martes, 26 de diciembre de 2017

Tinta y sangre

Las manos temblorosas, y cubiertas de tinta y sangre.

La boca seca, y sabe a óxido y a vacío.

Los ojos llenos de tristeza y de gris.

La cabeza dando vueltas y no sabe cuándo parar.

Entonces lo hago. Cierro los ojos e intento respirar. Me acaricio el pelo, toco mis párpados y llego hasta los labios. Sangre por dentro y por fuera. Todo son heridas. No dejo que eso me distraiga y continúo bajando; la barbilla, el cuello y las clavículas; demasiado frágil, demasiado amoratado. No tardo en pasar la mano por el esternón, huyendo de mi propia anatomía. Llego al estómago: está áspero; heridas por dentro y por fuera. Me acaricio en un intento desesperado por encontrarme en un cuerpo que hace tiempo que se convirtió en un laberinto sin salida para mi cabeza perdida. Pequeñas rayas que forman un nombre-o eso quiero creer, pues al final no son más que letras desperdigadas sin ningún sentido; o aún peor, ni siquiera llegan a eso, ahora son sólo odio hecho de tinta y de sangre. Me encuentro. O eso creo. ¿Me encuentro? No. Sólo me veo. Me veo corriendo, huyendo de mí. No puedo alcanzarme, no puedo tocarme, ni siquiera puedo rozarme. Sigo perdida y me dejo caer. Y entonces lo hago. Abro los ojos.

Y sigo perdida.

He llorado sin saberlo, pero los ojos siguen grises.

He vuelto a mordisquear el interior de mi boca y ya no siento los labios.


Y las manos, de nuevo, llenas de sangre seca y tinta fresca. 

viernes, 8 de septiembre de 2017

Ataque coordinado

Con un nombre perdido, antiguo, en una lengua que ya nadie pronuncia salvo aquellos que vagan por el cementerio buscando el mejor lugar para el descanso eterno, te presentas ante mí.

Con una voz apagada, extinta, silenciosa, pronuncias mi nombre (el real, aquel que yo elegí, aquel que tú consagraste, y no aquel que me dieron con unas falsas expectativas sobre mi futuro).

Con unas manos de ceniza, intangibles, etéreas golpeas mis zonas más débiles, sin terminar de matarme, pero manteniéndome débil de manera que no pueda escapar de tu lado.

El último ataque fue coordinado, y explotaste tu bomba más potente en la zona de mis costillas, de forma que el corazón quedara dañado, pero no destruido. Y bombardeaste la zona de mis labios con tus mentiras llenas de odio de manera que no pudiera volver a hablar de lo bonito que me parece el otoño en el vacío que es la ciudad.

Los ojos llenos de esperanzas caídas, de odio contenido, de rabia escondida. Los labios agrietados reprimen las palabras que la garganta no pudo gritar cuando todo terminó. Las manos se retuercen, se aprietan, se arañan, se deshacen, se terminan en el acantilado del dolor contenido.


He aprendido a hablar con la mirada en un mundo de ciegos. He aprendido a acariciar con las pestañas en un mundo de gente lejana. He aprendido a caer en la cama en un mundo de insomnio. He aprendido a no ser yo, a ocultarme en las sombras en un mundo en el que sólo hay luz.

sábado, 15 de julio de 2017

La pirámide

Había una pirámide en un lado de mi habitación. Era una pirámide pequeña, de madera, con distintos tonos marrones. Se deshacía y había que montarla. Tardé horas y horas en montarla bien. Era bonita. Me gustaba. Se notaban perfectamente los lugares donde encajaban las piezas. Me gustaba. Y creo que me gustaba porque la había montado yo; durante varias horas fuimos sólo yo y la pirámide. Y me gustaba. Y nunca más la deshice ni la volví a montar.

Un día abrí la ventana de mi habitación. Hacía viento, y yo tenía calor, así que abrí la ventana. Cra-cra sonaba en mi cabeza. Cra-cra No lo hagas, decía algo dentro de mí. Pero tengo calor. Lo quiero, respondí inmediatamente. Cra-cra No. Mejor quítate la camiseta, y deja la ventana cerrada, respondía la voz de mi cabeza. Quiero aire, respondí de forma tajante. Cra-cra Recuerda la última vez. Con la voz temblorosa respondí Me da igual. Lo quiero. Lo necesito. Hubo silencio mientras abría la ventana. Adelante pues. Cra-cra. Y no volvió a sonar nada más.

El viento entró e inundó la habitación. Era un viento fuerte, pero no huracanado. Era un viento fresco que inundaba mis pulmones y me hacía sentir como nueva, me llenaba de una fuerza que pensaba que no tenía. El viento descolocó mi pirámide. No hubo cra-cra, pues instantáneamente el viento volvió a soplar y colocó de nuevo las piezas para formar la pirámide. Una y otra vez entraba el viento en la habitación, deshaciendo y rehaciendo la pirámide a su antojo, al mismo tiempo que, poco a poco, iba desplazándola hacia el centro de la habitación.

Me gustaba el viento. Me gustaba la pirámide. Me gustaba todo.

Sof-sof. Hacía días que no soplaba ni una brizna de aire. Sof-sof. Me sofocaba. Me tumbé en la cama, a esperar. Sof-sof. Ahora hasta me costaba respirar. Miré por la ventana. Sof-sof. Notaba el verano acercándose cada vez más. Sof-Sof.     Ven, por favor, gemía una y otra vez con dificultad.
Y volvió. Y deshizo la pirámide. Y no la hizo de nuevo. Y luego volvió a irse.

Cra-cra Te lo dije. Miraba en silencio por la ventana, esperando la más mínima corriente de aire, aunque sabía que, a esas alturas, ya nunca más llegaría. Cra-cra Cierra la ventana. La pirámide yacía deshecha, destrozada, con todas las piezas descolocadas por el centro de la habitación. Sof-sof. Con dificultad me incorporé y miré por la ventana. Cra-cra Sof-sof Cra-cra Sof-sof


En silencio cerré la ventana (aunque no del todo, no me atreví), miré las piezas de la pirámide con tristeza, Nadie la hará, nadie la tocará, nadie sabrá que existe. Nunca más. Entonces me quité la camiseta, me tumbé en la cama y esperé a que la pirámide despareciera. 

jueves, 23 de marzo de 2017

Cobardía

Me he acostumbrado a ser gilipollas. Me explico. Desde hace unos meses me he dado cuenta de que me gusta (y mucho) reírme de manera sincera, intentar ocultar el vacío en el estómago que me asalta cada noche porque es más fácil que expulsarlo hacia los demás. El hecho de no hablar porque el nudo de la garganta no se deshace ha pasado a ser placentero porque así el resto puede hablar, yo no interrumpo con mis gilipolleces y, de esta manera, puedo reírme con su ingenio.

Desde hace tiempo quiero pensar que puedo resolver las cosas y los problemas hablando o ignorándolos, y no con actos. Y esto es porque huyo del conflicto; porque soy hija de la cobardía; porque me criaron con miedo y entre algodones; porque, en soledad, me creé mi burbuja y la decoré al gusto con sangre propia y pavor, con música que me rasgaba la mente y palabras que destrozaron mi corazón. En esa burbuja perdí mi empatía, perdí el amor por el resto del mundo, perdí la esperanza, perdí el odio por lo injusto, perdí mi humanidad. En esa burbuja perdí todo. -¿Todo?- Todo menos el miedo. El miedo a querer empezó a ocupar el lugar que había dejado las ganas de amar. El miedo a saber demasiado y el miedo a no saber suficiente se entremezclaron en mis entrañas vacías de esperanza. El miedo a que alguien me dañara ocupó el hogar en el que supuestamente debía habitar la empatía. El miedo a luchar arrancó al odio por las injusticias de su lugar de origen. Y el miedo a que todo acabara asesinó a sangre fría a mi humanidad.

No me enorgullezco de nada de esto, pero he aprendido que detestarme y martirizarme por ello no soluciona nada tampoco. Soy cobarde, soy miedo, soy temor, soy llanto y soy dolor. Crecí con miedo, y eso es lo que soy ahora; en eso me he convertido. No conozco nada más allá del miedo constante y -oh, sorpresa- me da miedo alejarme de esto por si dejo de ser yo.

Cobardía, pese a lo que todo el mundo piensa, no es precisamente pequeña, ni tímida. Cobardía no es poca cosa. Cobardía es grande, con sus brazos alcanza cualquier lugar. Cobardía tiene hambre, te engulle, te atrapa y te deshace. Cobardía y Miedo son hermanos, pero no es necesario que describa a miedo (todo el mundo lo ha visto alguna vez; todo el mundo conoce a miedo). Cobardía sola causa estragos, y Miedo por su lado es capaz de destrozarlo todo. Y yo soy hija del incesto más horrible de todos.


Puedes huir de Cobardía (es grande, pero no demasiado fuerte). Puedes huir de Miedo. Bueno, más bien puedes intentarlo. Pero más vale que te prepares para la carrera de fondo más larga de tu vida. Vas a caerte. Te cogerán una y mil veces. Se quedarán a tu lado. Te levantarás y huirás. Y caerás. Y así seguirás, huyendo, hasta que caigas al suelo víctima del cansancio vital. Pero bueno, he aquí mi consejo: empieza a correr. Huye. No mires atrás. Cae. Levántate. Llora. Recupera el aliento. 

Y yo, gilipollas, observaré en la esquina silenciosa de mi burbuja. Y yo, gilipollas, ya no quiero huir más.